9 nov 2010

CUADERNO DE BITÁCORA

1 de febrero del año del señor 2006…


Después de varios años de lectura del libro de H. G. Wells La máquina del tiempo, después de visionar unas doce veces la película Regreso al Futuro en todas sus partes, I, II, III, no tuve el menor de los respetos por el libro ni por la película y comencé a construir mi propia máquina del tiempo. Al carecer de automóvil propio para mi viaje intertemporal, y como lo único de que disponía a mi alcance era una vieja y destartalada bicicleta que me dejó en herencia mi abuelo Ruperto, científico de gran fama local -fama que no se debía precisamente a sus aciertos científicos sino más bien a su afán por adueñarse de lo ajeno. Dejo ya de hablar de mi abuelo y continúo. Aparte de la bicicleta utilizada como medio locomotor para desplazarme en el tiempo, tuve que sacrificar mi reloj e insertarlo en el manillar atándolo fuertemente con cinta aislante y así, con el reloj, poder saber en que época, espacio y tiempo me encontraría. Con la antena de un viejo radiocasete construí un catalizador de ondas para evitar desintegrarme en caso que consiguiese superar los 100 km. por hora con mis pedaladas. Para proteger mi cuerpo me puse un mono o buzo de color caqui que me había servido en el cumplimiento de mi servicio militar. Para los ojos tuve que ponerme unas gafas de natación y evitar así cualquier contacto con algún objeto extraño procedente del futuro y por supuesto de los mosquitos del presente. Para las manos, unos guantes de obra. Y para la cara, una barba postiza de color naranja que me serviría, además, para pasar desapercibido.

09.00

Comencé mi viaje. Primero calenté un poco los músculos y en cuanto me sentí con fuerza pedaleé lo máximo posible que daban mis piernas. A pesar de que me asaltaba el temor que el catalizador de ondas no cumpliese su labor y que si pedaleaba demasiado rápido podría desintegrarme, seguí pedaleando cuesta abajo. El cuenta kilómetros se puso a 100 km por hora. De repente, un gato se me cruzó… volé por los aires, caí fuertemente contra el suelo. No sé cuánto tiempo estuve inmóvil, quizá el tiempo en que las partículas de mi cuerpo se volvieron a unir y formar todo mi ser nuevamente.

Aún bastante conmocionado, abrí los ojos, miré a mi alrededor. Todo era silencio… Finalmente reaccioné y grité: ¡Lo he conseguido! Sí, estaba seguro de que mi viaje en el tiempo era todo un éxito, ya que del gato con el que colisioné no había ni rastro, estaba claro que quedó atrapado en nuestro pasado.

09.05

La imagen del futuro, a primera vista, era en todo igual que 5 minutos antes. Era como si nada hubiese cambiado. Miré mi reloj espacio-temporal para ver cuántos años había viajado. No daba crédito a mis ojos: mi reloj marcaba el mismo año que cuando salí a mi aventura temporal. Por un instante pensé que no había viajado ni tan siquiera 5 minutos. Pero un momento de lucidez me hizo entrar en razón. Con toda seguridad puedo afirmar que lo que sucedió es que habrían transcurrido 10.000 años en el tiempo desde mi salida. Porque, claro, mi reloj sólo tiene cuatro dígitos para el tiempo. Menos mal que me di cuenta, si no, hubiese pensado que mi aventura había fracasado.

09.10

Una vez me hube cerciorado de que mi viaje había sido un éxito, hice una fuerte inspiración para ver si el oxígeno era respirable. Inspiré fuertemente hasta llenar mis pulmones y aspiré el aire que en ellos había metido. Como resultado no noté la más mínima diferencia con el aire que había respirado durante mis 30 años de existencia. Ni más contaminado ni menos contaminado. Después de escribir estas palabras me doy cuenta de que carecen del más mínimo interés.

9.15

Cogí mi bicicleta y me dirigí al centro de aquella ciudad. Para mi asombro, todo estaba igual. Nada había cambiado: los edificios, calles y carreteras estaban dispuestos y situados en el mismo lugar que 10.000 años antes. Apoyado sobre el manillar de mi bicicleta observé a las personas. Su vestimenta, su modo de caminar con prisas eran iguales, exactamente iguales que en el pasado. Nada había cambiado. Esto me hizo pensar que cada 10.000 años se realizaba una repetición cíclica de los periodos de tiempo (no sé bien lo que he escrito aquí, pero sé que cuando tenga que dar una conferencia sobre esto sabré explicarme mejor).

9.20

Antes de continuar mi expedición decidí dejar mi bicicleta para poder investigar con más tranquilidad… y también, por supuesto, para pasar más desapercibido. El caso era pasar completamente de incógnito.

9.25

Llego a la Plaza Mayor de la ciudad. Como ya he dicho antes lo más importante para mí era pasar desapercibido, y para ello qué mejor modo que reptar por el asfalto. De repente alguien frente a mí se detuvo y gritó: “¿Habéis visto?” Me extrañó enormemente poder comprender su lenguaje. Estoy seguro de que se trataba de algún dialecto telepático que puedo comprender correctamente. Rápidamente y desde el suelo veo que una muchedumbre de gente me rodea. Puedo entender frases como: “¿De dónde ha salido?” “¿Quién es este personaje?” “Yo no lo he visto llegar.” Todo ello ratificaba más mi logro, si es que aún era posible. La tensión y el miedo a que se diesen cuenta de que era un viajero del pasado se apoderaron de mí y lo único que pude hacer es lo que cualquiera en su sano juicio puede hacer: gritar y salir corriendo. Y eso fue lo que hice.

9.30

A una gran velocidad salí de allí y mientras iba pensando en mis cosas colisioné contra una hermosa joven. A la vez que le recogía sus libros, algo que es del todo normal tras un choque fortuito, que uno de los dos llevaría libros, así que el hecho lo consideré dentro de la normalidad. Tras el plástico de mis gafas de natación pude observar unos enormes ojos azules que se habían quedado fijos en mí, quedándose con todo mi ser. Por mi cabeza pasó la idea de invitarle a algo, al cine, a café, a pasear y después a una cena y después a otra cena. Luego nos haríamos muy amigos, nos enamoraríamos y por supuesto nos casaríamos, como era normal en el pasado. Pero nuevamente el pánico se apoderó de mí cuando una duda se implantó en mi cabeza: quizá aquella mujercita fuera mi tatara y muchas tatara nieta. Quizá una descendiente directa, sangre de mi sangre, con lo que cometería un terrible incesto. Y ni que decir tiene que la diferencia de edad era insalvable: más de 10.000 años. ¡A saber qué pensarían sus padres! Después de pensarlo medio segundo salí corriendo de nuevo.

9.35

En mi huída nuevamente colisioné. Esta vez no fue con una hermosa mujer, si no, más bien, con una gran mujer. Una señora grande, de unos 150 kg. de peso, por lo cual en la colisión ella ni se inmutó y yo quedé tendido patas arriba, agarrado por un extraño motivo a una coliflor de al menos 5 kilos. Mientras me incorporaba ella me decía algo como “mira lo que has hecho” o “págame lo que me has destrozado”. Claro, allí había pepinos, tomates y dos o tres zanahorias. Me levanté y no sin saber por qué salí corriendo con la coliflor entre las manos. Ella comenzó a perseguirme lanzándome todo lo que tenía a mano, un tomate, una zanahoria, lo que ella encontrase.

9.40

Seguí corriendo por una calle peatonal, y finalmente pude dar esquinazo a aquella mujer.

De repente apareció de la nada un guardia municipal en toda regla, con bigote y todo. Me paró, y me dijo: “A ver, a ver, ¿se puede saber a dónde va usted tan corriendo?” (todo esto me lo dijo con ese dialecto telepático). Ante el miedo decidí hablar a sabiendas de que él seguramente no podría entenderme. Y hablé como se habla en estos casos: muy despacito. “Se...ñor a…gente m…e per…sigue una se…ñora que está lo…ca.” Antes de acabar mi frase, volando apareció una lechuga de al menos 8 kilos de peso, la cual impactó contra el señor agente, cayendo éste y quedando inconsciente en el suelo, hecho gracias al cual pude escapar finalmente de aquella energúmena, convirtiéndome desde ese momento en un forajido peligroso, fugitivo también de la justicia.

9.45

Tenía el gaznate reseco después de tanta carrera, así que entré en un bar a beber un vaso de agua, pero entonces pensé: “El dinero que tengo en el bolsillo no me daría para nada, a saber cómo están los precios por estos tiempos”. Me detuve, no dije nada. El camarero se dirigió a mi: “¿Qué desea tomar?” Ante su pregunta guardé silencio, ya que seguramente dijese lo que dijese al final tendría que salir corriendo. Me volvió a preguntar. No quise contestar. Podría decir algo que no fuese conveniente, poniendo en peligro mi vida y con ella toda mi investigación. No moví ni un solo músculo, me negué a decir palabra. Me preguntó por tercera vez, el pánico se había apoderado totalmente de mí. No lo pude evitar y salí corriendo.

9.50

El camarero del bar salió corriendo detrás de mí, gritando: “¡Oiga, oíga!, que ¿qué quiere tomar? Giré en una calle peatonal y apareció el policía aún con hojas de lechuga sobre el uniforme. Detrás de él, la mujer exigiendo, a ver, quién le pagaba a ella la compra, y a unos metros la mujer de los grandes ojos azules, que venía gritando que la había querido atracar. Corro lo más deprisa que puedo en busca de mi bicicleta y poder escapar y volver a mi tiempo. Ya estaba llegando al lugar cuando no pude dar crédito a mis ojos al observar la farola donde había encadenado mi bicicleta. Sí, sólo vi la farola porque de la bicicleta no había ni rastro, me la habían robado. “¡Maldición!”, grité. Me quedaría atrapado en este tiempo que no entendía, que no comprendía, pensé que mis perseguidores me matarían.

9.55

Preso de la desesperación me tiré al suelo, y comencé a llorar. “Dejadme, dejadme, no pertenezco a este tiempo.” Y realmente quedé sorprendido de mi poder de convicción, porque el Policía dijo: “Venga, desalojen, dejen a este pobre hombre que bastante tiene con lo que tiene.”

10.00

Mientras caminaba tranquilo, mirando escaparates, tiendas, pensando en lo que haría para ganarme la vida, o en la forma de conseguir una nueva bicicleta para escapar al pasado, mientras todo esto me pasaba por la cabeza, alguien gritó: “¡Eh tú!” Y según me giraba, un paraguas de color negro se empotró en mi cara. Mientras me sujetaba los dientes, alcé la mirada y frente a mí había una mujer que en los brazos tenía un gato con las dos patas delanteras vendadas. La señora me lo acercó a la cara y me dijo: “Mira lo que has hecho, ¿no te das cuenta que casi me matas al gato?”

10.01

El gato era aquel gato, el gato con el que colisioné en el pasado. Quizás había vuelto al pasado y ni tan siquiera me había dado cuenta. O quizá había dejado una puerta espacio-tiempo abierta en algún lado.

8 comentarios:

Unknown dijo...

muy bueno alberto!

que peligro tiene viajar al futuro....

Anónimo dijo...

Excelente, divertido, fresco... tienes una manera de escribir que hace que uno se transporte como expectador o testigo del momento... es genial imaginarte con tu barba naranja, pasando totalmente desapercibido!!! Ivk.

Alberto Sobrino dijo...

Muchas gracias Iratxe, muchas gracias Ivk... me alegro de que llegaseis leyendo hasta el final...

Quemador dijo...

Todo habría ido más suave con un condensador de fluzo, dónde va a parar.

Alberto Sobrino dijo...

Joer, Quemador, tu es que de estos temas controlas un buevo...

dijo...

Estupendo!! Muy bueno y muy dinámico. Casi casi me duelen todavía las rodillas después del atropello...
Gracias!!

Alberto Sobrino dijo...

Mil gracias Rubén...

XAdRiX dijo...

Para el próximo viaje todo saldrá mejor :p!